martes, 17 de abril de 2012

Recuperando la Ilusión

Una de las cosas que más me sorprendieron cuanto tuve mi primer contacto con el mundo laboral, fue la gran distancia que existía entre el mundo académico y la práctica profesional. Desgraciadamente, parecía que nada de lo aprendido servía en el mundo real, dónde los intereses económicos y políticos primaban por encima de los criterios técnicos. Un mundo dónde los proyectos modificados y de liquidación tenían todo el protagonismo, y el buen hacer de los técnicos quedaba en segundo plano.

En ese momento, la obligación de todo contratista que se preciase, consistía en analizar el proyecto en busca de errores y omisiones, olvidándose la mayoría de las veces del espíritu del documento original. Nadie se leía las memorias de los proyectos para conocer la motivación y espíritu del diseño propuesto, y directamente empezaban por el presupuesto y las mediciones.
Desde el punto de vista del ingeniero proyectista, lo proyectos se redactaban para "cumplir el expediente", para servir de base a una licitación, pensando que el futuro contratista lo iba a modificar totalmente, y que en el fondo todo daba un poco igual. Muchas veces se acompañaban de estudios de soluciones totalmente manipulados, con el fin de justificar una solución "política". Los datos de partida la mayoría de las veces eran insuficientes y conducían a resultados equivocados, lo pliegos se copiaban de unos proyectos a otros sin revisarse y adaptarse.

Durante muchos años, hemos dejado que la vorágine que hemos vivido y la manipulación de las decisiones políticas, nos lanzase unos contra otros, enfrentando a dos mundos de la ingeniería que en el fondo deberían trabajar de forma conjunta. Los ingenieros proyectistas asumieron que los contratistas eran profesionales sin ningún tipo de ética ni conocimientos técnicos, que habían olvidado todo lo aprendido en sus años de formación y cuya única misión consistía en ganar todo el dinero posible, engañando si hacía falta, sobornando en caso necesario. Por su parte, desde las constructoras se menospreciaba la labor de los proyectistas, ridiculizando los documentos redactados, resaltando hasta la saciedad los errores y realizando cambios técnicos, la mayoría de las veces sin tener en cuenta los criterios del proyecto original.

Y en medio de la batalla, las direcciones de obra y empresas de asistencia técnica como jueces de red en un partido de tenis, permitiendo a veces, cambios totalmente injustificados para que el contratista pudiese salvar económicamente la obra y otras veces negándose de forma irracional a modificaciones técnicas irrelevantes que podrían simplificar la ejecución de la obra.

El catálogo de aberraciones no tiene fin, si el proyecto de una carretera tiene mucho terraplén, yo bajo la rasante porque no tengo un buen precio de relleno, y no importa que unos señores hayan estado meses tratando de encajar una rasante analizando múltiples variables como drenaje transversal y longitudinal, compensación de tierras, visibilidad, etc..y de paso cambio la sección de firme, porque no me gusta, pero no pasa nada. Que en el proyecto vienen una empotramiento determinado de los pilotes, yo como director de obra me empeño en que se cumpla hasta el último centímetro, aunque el terreno perforado sea doscientas veces más duro que el supuesto en el proyecto (por cierto que los sondeos de proyecto no llegaban tan profundo), y ya tenemos al sufrido contratista perforando un empotramiento sin fin. 


Yo no me quiero posicionar en ninguno de los lados, creo que todos teníamos nuestras razones y nuestras motivaciones, pero, esta noche he tenido un sueño, un nuevo mundo en el que los proyectos se redactaban de forma que utilizaban los recursos de forma eficiente, se podían ejecutar con unos medios razonables y a un coste proporcionado, teniendo en cuenta los costes de mantenimiento y sobre todo, que cumplían su función adecuadamente. En este nuevo mundo, las empresas constructoras ejecutaban las obras de acuerdo al espíritu del proyecto, aportaban su experta opinión para mejorarlo y se solucionaban los imprevistos con la colaboración de todos.Un mundo en el que los ingenieros eran los protagonistas, sus opiniones eran más importantes que las decisiones políticas.


De vuelta a la realidad, una de las pocas cosas buenas que nos puede traer la situación actual, es poder recuperar la ilusión por el trabajo bien hecho, recuperar el respeto por los buenos proyectos, y las buenas obras. Es nuestra obligación y nuestro futuro poder trabajar entre todos en la misma dirección, y recuperar el prestigio de esta noble profesión.

Para finalizar me tomo la libertad de hacer una adaptación libre de los versos de Calderón de la Barca, porque en el fondo, la ingeniería no es más que una religión de hombres honrados.

Saludos.

@El Ingeniero del Futuro.


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